domingo, 14 de febrero de 2021

Flores marinas - Pablo Neruda y su colección de caracolas - Un color como la llama ardiente y el mismo sol

 



Yo no las he recogido", afirmaba el poeta, "las echaba el mar, salían de las olas". En 1954, Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971, donó miles de caracolas a la Universidad de Chile. Eran su pasión y no dudaba en llevar la ropa en la mano al tomar un avión y en cambio, la maleta llena de conchas marinas. 

Cuando los turcos conquistaron Constantinopla, explica Ana González Mozo, del Gabinete de Documentación del Museo del Prado, se bloqueó la compra de alúmina, el mordiente usado para preparar la púrpura imperial, "un color resplandeciente como las plumas de las palomas, la llama ardiente, las gemas y el propio sol". Pablo II tuvo que decretar que las ropas de los obispos se tiñeran con escarlata de quermes que procedía de insectos, mientras se realizaba una búsqueda desesperada de una nueva mina que localizada por fin, en Italia, fue de inmediato monopolizada por los Medici.

El color púrpura, más caro que el oro, procedía de un pequeño molusco, Murex: abierta su concha, destilaba una o dos gotas de una sustancia que al contacto con el aire se volvía rojiza. Su estabilidad y variedad de tonos, fascinó por igual a fenicios y griegos, romanos, hombres de poder, reyes, padres de la Iglesia, pintores: "era el color más bello que podían tener las estatuas y la Tierra era púrpura si se la contemplaba desde lo alto". 

 De todos los versos que el poeta chileno dedicó a sus caracolas, entre los más delicados son los escritos para la belleza de un murex que trajo de California al que denominó rosa congelada, cuyo interior le recordaba un ardiente paladar rosado. 

Se teñían de púrpura, el márfil y los manuscritos, los regalos para los embajadores, columnas de basílicas, esculturas, paños y todo cuanto estuviera asociado al poder. La sed de apariencia era tal que incluso los monjes de la isla irlandesa de Inishkea se dedicaron hasta el siglo X a recoger los moluscos para elaborar la tintura. 

"En México me fui por las playas, me sumergí en las aguas transparentes y recogí maravillosas conchas marinas, luego en Cuba y en otros sitios, mi tesoro se fue acrecentando hasta llenar habitaciones y habitaciones en mi casa". Por leyes mágicas, decía Neruda, se producen estas formas caprichosas, las tonalidades más asombrosas.

En la Edad Media, el agotamiento de los caladeros de murices, aventura la historiadora Laura Rodríguez, había obligado a que el púrpura fuese un color obtenido de vegetales o rocas y no de la sangre de los pequeños moluscos llamados cañadilla en el sur de España: "porque lo significativo no era el origen sino la suntuosidad avalada por el alto coste". 

Pablo Neruda guardaba algunos de sus mejores ejemplares entre algodón y cuando su amigo el también poeta Nicolás Guillén  le visitó en su casa, los desenvolvió para mostrárselos, para su desconcierto a Guillén no le impresionaron, no mostró admiración ni interés por aquellas espumas de todos los mares.


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