Lo importante era que el árbol hubiera sido cortado en
buena luna para que la madera, extraída en el sueño del invierno, reposara por siempre en la escultura del artista. Había opiniones sobre el momento justo, tantos como tipos de hoja: cuartos menguantes o crecientes según tuviera hojas redondas o aserradas.
Él, afirman,
fue el primero en saber que el año de lluvias que vetea de claro o e
l perfumado aroma de la madera de peral que respiraba al trabajar la pieza, conmoverían tanto como un apóstol, una virgen o un cristo coloreados. Así, tan sólo eran negros el iris y las pupilas y rojos los labios y heridas. A pesar de las limitaciones de la monocromía,
Tilman Riemenschneider dejó que la materia en la que talló a San Juan o San Pedro y todos los apóstoles desapareciera ante los ojos del creyente
para lograr lo más importante, una visión interior.En el pueblo serrano de La Hiruela, el más bonito de Madrid, dicen los lugareños, había colegio y casa para la maestra, un molino harinero, carboneras y más de 30 variedades de árboles frutales:
cerezos que gustan de los veranos frescos, perfumados nogales, ciruelos que no se injertan, perales y manzanos que soportan bien las heladas.Manzanas rojas, pepita o maílla blanca. Manzanas para perfumar la ropa en los armarios o llevada en carros y a lomos de caballería para ser vendida en la capital a las confiterías de la castiza
Plaza de la Cebada, en donde también se apartaba grano para los caballos del rey.
Y cultivaban, por si fuera poco, una rareza, una manzana pequeña, dura y picuda que bautizaron con el nombre de pero.
La madera de peral que en 1491 Riemenschneider talló para el primer retablo que le dio fama, el de la
Santa Sangre, en la iglesia de San Jacobo
que proporciona orientación a los peregrinos porque está en el Camino de Santiago de Compostela; ha sido tratada en varias ocasiones para protegerla de los parásitos. El gran escultor alemán trabajaría, después de esta obra, treinta años más hasta lograr lo que cualquier hombre como él ambicionaba:
reconocimiento a su trabajo, varios hijos dotados para la talla y una buena posición social. Llegó a ser alcalde y cuando su destino parecía cumplido, miles de
campesinos se levantaron contra la nobleza. Riemenschneider, fiel a su conciencia, les apoyó.
Cada octubre, La Hiruela celebra la fiesta de recolección del pero. Se escuchan canciones populares y se cocina comida de pastores, se injertan frutales y se venden nueces del año. Los visitantes admiran el gran árbol que los recibe: un peral de más de doscientos años que un vecino plantó quizá porque de tan delicadas, las peras se cultivaban menos.
Este peral de 15 metros es el árbol frutal más longevo de Madrid y aún es visible la herida en la que le injertaron una rama de la variedad
Don Guindo, esas que debían ser del agrado de Zuloaga porque les que dedicó un bodegón.
Wuzburgo, la ciudad alemana de Riemenschneider se rindió y él fue apresado, encarcelado y torturado en la fortaleza de los príncipes-obispo que sobre una colonia se enseñoreaba y aún enseñorea sobre aquellas tierras. A Konrad von Thüngen, el príncipe-obispo, le fue indiferente que al contemplar, talladas en madera de peral o tilo, la Santa Sangre, la Virgen y el Niño o
Santa Ana y los tres bandidos, la gente conociera el sentido del misterio y tuvieran valor y serenidad ante la existencia. Los verdugos quebraron sus manos. Quizá no las rompieran, como aún discuten los historiadores, pero Riemenschneider sólo sobrevivió un año más y en la lápida que su hijo George talló para su tumba en 1531 las sostiene en un
gesto que nada tiene que ver con el orgullo, sino con el dolor. Un artista destruido, imposibilitado para expresar con ellas sus emociones.
El gran escritor prusiano
Theodor Fontane (1819-1898) escribió una balada sobre un hombre generoso y un peral,
Herr von Ribbeck auf Ribbeck im Havelland.
Fontane, que se había sentado, por fin, a escribir sus novelas a los sesenta años era en palabras de Thomas Mann: "de una naturaleza rara y adorable que maduraba cada vez más libremente, cada vez más sabiamente".
Sintió su final. Era otoño.
Otra vez las peras rieron por todas partes;
Von Ribbeck dijo: “Me voy ahora.
Ponme una pera en mi tumba ".
(...)
y al tercer año de la casa tranquila
brota un peral.
(...)
Y los años subieron y bajaron,
un peral ha estado arqueándose durante mucho tiempo sobre la tumba,
y en la estación dorada del otoño vuelve a
brillar por todas partes.