Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Antonio Machado
Maribel Orgaz - @curionatural
Una tierra que se moría de sed, de "cumbres altísimas que limitaban el horizonte de una manera que oprimía el corazón" con una mole pisando el mar a la que subían con sogas para dar aviso de los ataques corsarios. Fenicios, romanos, árabes, señores de la guerra que tras sus victorias obligaban a sus vasallos a habitarla de nuevo, de aguas salobres, de pinos que "crecían casi horizontales debido a los vientos del Este", apuntaba el presbítero Vicente Llopis; cuyas fortificaciones, castillos y murallas apenas servían para trazar una frontera del miedo en aquel lugar de masacres. La población cristiana secuestrada y esclavizada al completo en 1637. Y por toda ayuda, una atalaya natural, la Roca del Norte, como llamaron los antiguos al peñón de Ifach para distinguirla de la Roca del Sur, Gibraltar; desde la que avistar navegantes y amenazas. Un risco al que trepaban para asegurarse protección, el mismo peñasco de cal tras el que ahora descansa, luminosa y olvidada, Calpe de "clima tan dulce todo el año que aconsejamos ropa ligera", Georges Kaghy, periodista de viajes. Ifach, un benigno centinela tras el que prospera "una población de calles con lirios, rosas e hibiscos que crecen en la puerta de cada casa", Diana Lambert, escritora. En cuya pared más soleada abunda el romero, Parque Natural desde 1987, en el que florecen la clavellina de monte y la silene; mirador de la Sierra Helada, de las salinas y sus flamencos, del canto centelleante del mar.
Tomé esta fotografía el pasado miércoles, 23 de agosto, al mediodía, desde la playa Puerto Blanco, Calpe (Alicante, España).
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