Te diría lo que hay en el corazón que bulle en el pájaro
la noche perdida en el cielo.
El pájaro perdido en el olvido del pájaro.
Vicente Huidobro
Ayer, los mirlos despertaron como cada mañana
al día en mi jardín. Dos
carboneros se llamaban en los pinos y los estorninos negros silbaron y chasquearon la lengua como aborígenes de tribus extrañas, rugieron y gritaron desde los tejados. Gotas de agua, ramas mecidas, truenos, galopes, teatrales besos ruidosos. Al fin, el sol y los cielos azules, el escándalo de la vida echando a las sombras. Los estorninos no migran e imitan sonidos de la naturaleza, cantos de otros pájaros, cualquier música pero aún no sabemos el motivo. La primera vez que escuché a una codorniz cantando al amanecer la busqué en una jaula en alguna terraza pero el cacareo descendía desde lo más alto. Un estornino habría pastado este canto en las dehesas de alrededor. Qué le habrá fascinado de él, cuánto habrá permanecido escuchando hasta poder imitarlo, cuántas veces habrá regresado a aprenderlo. Por qué eligió una codorniz, en lugar de los gorgoritos de
jilgueros o verdecillos más abundantes, más melodiosos, en esos pastizales. Y cuando sus compañeros alborotan juntos al amanecer, él espera a que su voz se escuche solitaria, a que su voz proclame que eligió lo imposible, el valor de ser otro, nómada, de plumaje dorado, de amielados ojos, capaz de atravesar el mar para cumplir su destino.
Sigue leyendo