"El universo", explicaba el artista Gonzalo Borondo "está formado en un su mayoría por materia oscura y es probable que el pasado forme parte también de esa materia". Borondo expone estos días en el Museo Esteban Vicente una intervención denominada Hereditas.
El último rey medieval castellano ordenó construir en Segovia, donde parecía tener algún descanso de sus congojas, un palacio más cómodo que el Alcázar. El monarca de mirada intensa, rubio y aspecto feroz "solitario pero de corazón generoso que gustaba andar por los montes", heredó estas tierras segovianas con apenas 14 años y fue allí más feliz que en ninguna otra parte de su reino.
En este antiguo palacio, ahora Museo Esteban Vicente, Gonzalo Borondo ha evocado un pasado que flota en los jardines, está contenido en los muros y late invisible en las salas. Enrique IV pernoctó por primera vez en él, en 1463, "y desde entonces se convirtió en su residencia preferida alejada del ambiente gélido de las grandiosas salas del Alcázar", según reza una de las cartelas.
En la Castilla de aquel tiempo, de entre 1380 y 1500, los expertos han contabilizado 700 poetas con obra conservada, aunque estiman que habría muchos más. El interés de la nobleza en los libros era tal que en 1488 los libros fueron liberados de pagar tributos.
Todo es precioso cuando sabemos que va a desaparecer. Hereditas se extiende por este palacio de palacios, evocando una memoria invisible hecha de lo sagrado y lo eterno, de la Naturaleza efímera en imágenes líricas, oníricas. Un bosque de figuras de vidrio barrido por haces de luz en el que deambular como un fantasma entre fantasmas. "Quiero que mi arte genere lugares que dejen un poso en la memoria".
Enrique IV no atendió a los requerimientos de los nobles que pretendían aparatosas campañas bélicas en Granada, y obligó a que parte de la lana producida en la región se dedicara a la industria textil interior en lugar de exportarse a Flandes. Entonces, desató un odio implacable: en Ávila desde la alta nobleza, a la Iglesia y las órdenes militares propietarios de los grandes rebaños levantaron un cadalso y fingieron deponerle.
"Había allí bosques en grandes montes espesos, amigables, en los que se deleitaba naturalmente en andar por ellos", recogían las crónicas sobre el monarca, "un hombre retraído, entusiasmado por el paisaje natural que existía en los alrededores de Segovia".
En la oscuridad de las salas, hojas casi como fósiles, figuras sagradas, óleos de caza: "cuanto más excavas", afirma el artista, "hay menos luz". En 2019, Gonzalo Borondo creó Merci, una obra increíble en el interior de una iglesia antigua de Francia. Un cosmos similar. "Creemos que todo está claro pero vivimos en un mundo con muchas proyecciones más que realidades".
En el patio central, las enormes raíces de los árboles inundan los espacios y sujetan retratos borrosos de damas y señores más allá de los siglos. "Segovia no puede vivir solo de su pasado, tiene un gran potencial estando tan cerca de Madrid, siendo esa joya que es".
La quietud y el silencio de esta intervención, la oscuridad y las sombras sumergen al visitante en una vivencia casi alucinatoria. "Párate y respira, los sueños sirven para coger fuerza y contestar a lo que está pasando. Estamos invadidos de un lenguaje estridente y de una exigencia de producción que te lleva a perder tus orígenes", Gonzalo Borondo.
Aquel monarca de aspecto fiero a semejanza de un león "pero excesivamente bondadoso y amante de su pueblo" otorgó importantes mercedes a Segovia: puso en marcha ferias y mercados en la ciudad, ordenó el establecimiento de una ceca para acuñar moneda.
El poeta de corte Pero Guillén de Segovia, "sé los jubileos, los eclipses solares y los cielos medir", aunque sevillano de nacimiento, acudió con insistencia a los textos sagrados y a los escritores medievales cristianos para componer sus poemas, "sé las raíces, las especias secretas de los elementos y sus amistanzas". Estimado por su rey, al que sirvió con lealtad, se sumó, muy a su pesar, a los nobles levantiscos cuando Enrique heredó el trono, afirman los historiadores.
Guillén cayó en desgracia y se dedicó al oficio de copista que le sumió en la desesperación y dañó su vista. Desde su casa de Pedraza, en donde residía con sus hijos pequeños, "el mejor poeta del reinado de Enrique IV, autor del más antiguo diccionario de la rima castellana, y del primer intento de traducción al castellano de los Salmos", envió al Arzobispo Carrillo una súplica y un poema.
El conocido como Gran Trovador pudo volver a componer sus versos protegido por aquel duro hombre de fe, "trabajador en las cosas de la guerra" al cual no había llevado aquel suplicatorio en mano, por no ponerse bermejo.
Hacen los vientos volar las estrellas
rompiendo los robles, sus troncos y ramas
no tiene la gente sosiego en sus camas
redoblan su miedo las grandes ballenas
oyendo en lo seco crujir sus escamas.
¿Dónde están las tumbas de los hombres que han muerto
sobre la faz de la tierra desde los días antiguos?
Tumbas amontonadas sobre tumbas.
Durmiente durmiendo sobre durmiente,
en agujeros en el polvo juntos yacen,
piedras de tiza con piedras de rubí.
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