El doctor Balmis había llegado a Filipinas, entonces territorio español, el 15 de abril de 1805 a bordo del Magallanes, para continuar su campaña de vacunación de la viruela. En Macao, bajo administración portuguesa, se le recibió como un héroe y apuró hasta el último momento, vacunando en Guangzhou ( 广州 ) antes de comenzar su regreso a España.
En agradecimiento a su labor, le obsequiaron con más de doscientos dibujos de plantas y pájaros, parte de los cuales se exhiben estos días en el Real Jardín Botánico en la muestra Entre Manila y Cantón. "Las colecciones asiáticas, afirmaba Gonzalo Nieto Fariner, ex director del Real Jardín, no son las de mayor calidad pero sí muy especiales". Estos dibujos, regalados a Balmis, no fueron realizados bajo dirección botánica eran uno de los productos con los que Manila abastecía el gusto occidental de la burguesía y las clases altas por las chinerías.
Pero más allá de la calidad científica de todos ellos, que es a lo que se refiere Fariner, la diferencia entre China y Europa con respecto al reflejo de la Naturaleza en el dibujo y la pintura, ya sea por motivos de ciencia o estéticos, es significativa.
En el siglo IV los chinos dibujaban paisajes, los occidentales no lo hicieron hasta el siglo XVIII; la pintura de flores y plantas se independizó como género con la dinastía Tang hacia el siglo VIII pero entre nosotros, hay que avanzar hasta el siglo XVII para encontrarla como especialidad en Holanda. Tras el deleite oriental en reflejar el entorno natural subyace el taoísmo que enfatiza la armonía con la Naturaleza, explican los expertos.
Además de la colección Balmis, y los originados en las expediciones de Juan de Cuéllar en Filipinas y Alejandro Malaspina, otro grupo de 14 dibujos atestigua un momento dorado en el interés español por la Historia Natural, los provenientes de la colección del médico y naturalista Jan le Franq van Berkhey (Leiden,1729-1812) que Carlos III adquirió en subasta pública en 1785.
Los dibujos chinos de la colección van Berkhey pertenecen a un estilo que los jesuitas desarrollaron en la corte de Pekín, el denominado sino-europeo, ideado en el taller del padre Giuseppe Castiglioni conocido como Lang Shining y que estuvo al servicio de tres emperadores.
Este misionero, pintor exquisito según los especialistas, realizó una cartilla (Flores inmortales de una eterna primavera), a partir de la cual, sus ayudantes producían dibujos de claves, azucenas, peonías, rosas, crisantemos, azucenas, amapolas y otras flores que se cultivaban en los jardines occidentales. Estas pinturas se vendían con gran éxito a clientes de uno y otro lado.
Los viajes de Balmis o Malaspina, al Orinoco o a Filipinas explicaba Nieto Fariner, duraban décadas. A menudo, los ilustradores perdían la vida o enfermaban de fiebres que arruinaban su salud. Los materiales tenían que sobrevivir a incendios, catástrofes naturales, traslados en barco, desinterés de las siguientes generaciones o simplemente, desidia administrativa.
Todo este inmenso estudio de las riquezas naturales tenía un destino cuidadosamente planificado por el monarca. Carlos III, inmerso en el espíritu de la Ilustración, quiso crear en Madrid un "campus científico" compuesto por el Real Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico que trasladó desde la Moncloa, y un gabinete de Historia Natural en lo que ahora es el Museo del Prado".
Entre Manila y Cantón. Arte botánico de Asia
Real Jardín Botánico - Hasta el 8 de diciembre.