martes, 14 de julio de 2020

Cómo los alegres pinzones cambiaron el mundo. Una mirada nueva a las Encantadas - Las Islas Galápagos, Fray Tomás de Berlanga y Charles Darwin. Una propuesta de excursión.


En 1535, España batallaba para recuperar Túnez que había sido tomada por los turcos. Carlos I, el último de los reyes españoles que tuvo una corte itinerante, encabezó  una fuerza militar descomunal que exigió enormes recursos de varias naciones.

Mientras, en ese mismo año, se había enviado a un dominico, un hombre que pertenecía por su formación y mentalidad, aseguran los historiadores, al Renacimiento, a mediar en la disputas de reparto de tierras del Perú. Fray Tomás de Berlanga que así se llamaba, conocía el Caribe al que había sido enviado en 1510 y México. Era un hombre de experiencia en las tierras de ultramar. Nombrado obispo de Panamá, embarcó para dirigirse a Lima a cumplir las órdenes reales.

Lo que ocurrió ha sido descrito en multitud de ocasiones. El barco, arrastrado por la corriente de Humboldt arribó a unas islas, las Encantadas, de las que no se tenía descripción. Fray Tomás y la tripulación desembarcaron en busca de agua. Las tierras no podían ser cultivadas, escribió el dominico en su carta al Emperador, estaban llenas de tortugas, pájaros que se dejaban coger "bobos", lagartos, iguanas y multitud de monstruos marinos.

Fray Bartolomé era un hombre de gran cultura humanista, de amplios conocimientos en ciencias naturales y habilidades naúticas: él calculó la posición exacta de las islas y orientó de nuevo al barco para volver al continente.

Las islas Galápagos o Archipiélago de Colón fueron de inmediato aprovechadas como punto de abastecimiento de carne y agua dulce para los barcos y refugio de piratas; pero de nuevo los españoles las visitaron de manera oficial en otra grandiosa misión, la expedición Malaspina en 1790.

Para perplejidad de cualquiera, el ingente material que este ambicioso empeño generó no fue incorporado de forma plena al conocimiento de las ciencias. Y para terminar de estropearlo todo, Malaspina se enemistó con la corona.  Los materiales, desde herbarios a dibujos, diarios y mapas se guardaron en archivos, se repartieron entre diferentes instituciones y museos e incluso han aparecido no se sabe cómo, en colecciones particulares rusas.

Las Galápagos quedaron a la espera de otra oportunidad. En 1835, al igual que España casi cien años antes, Gran Bretaña envió un barco de la marina a cartografiar aquellas islas pero en esta ocasión, Occidente había dado un salto cualitativo enorme en su estructura de pensamiento.

En 1835, los dogmas de la Iglesia se habían retirado en favor del conocimiento científico. Habíamos dejado atrás la verdad inmutable para abrazar la duda. La riqueza ya no podía heredarse a través de las tierras y los siervos; había que comerciar, educarse, salir de la clase social en la que se había nacido. La literatura, como el Arte, daban la pista: era el tiempo de Dickens, Balzac, Pérez Galdós, de los grandes realistas rusos. Ellos trasladaron a la novela el método de la Ciencia: observa con atención y describe lo que ves, traza una hipótesis que proponga algún tipo de certeza.

En el siglo XVI, Fray Tomás sólo podía ver en pingüinos y tortugas, la gran obra perfecta y acabada de Dios porque su mente permanecía atenazada bajo el yugo de la religión. El gran Alejandro Malaspina estaba sometido al poder de una casta, los monarcas. El rey le proveyó de recursos pero se desentendió de todo su legado de conocimiento porque no lo necesitaba para continuar en el poder.

Hubo que esperar a que los hombres observaran el mundo, pensaran con más libertad  a través de nuevos paradigmas y pudieran publicar sus conclusiones sin ser condenados por ello -porque la sociedad necesitaba este conocimiento- para trazar una de las hipótesis más revolucionarias: sobrevivimos porque cambiamos adaptándonos lo mejor posible al medio natural.

Charles Darwin publicó en 1859, tras su viaje a la islas Galápagos en 1835, El origen de las especies. Este salto cuántico en la manera de pensar se produjo en buena medida, no tanto por las tortugas que los marinos llevaban a los barcos como provisión de carne o los caimanes que gustaban de disecar y exhibir en las iglesias, sino observando un pequeño pájaro: el pinzón.

Darwin estudió las 17 variedades de este avecilla preguntándose a qué se debían. Es asombroso que una teoría alumbrada por un pájaro de 21 gramos fuera capaz de remover la tierra al completo bajo los pies.

Un paseo por la historia de nuestro conocimiento

"Allegro come un fringuello" (Alegre como un pinzón) dice la vieja canción infantil italiana y si quieres recorrer este logro asombroso de avance del conocimiento que tantos siglos nos costó trazar, te propongo una excursión.

Puedes comenzar por el siglo XVI en tierras sorianas. Allí vamos a ver el caimán que Fray Tomás se trajo a España y que aún se conserva en la Colegiata de su pueblo de nacimiento, Berlanga de Duero, en donde el enérgico fraile dominico está enterrado.


Después, avanzamos hasta el siglo XVIII, para recalar en Madrid, donde pueden rastrearse algunas piezas de la colección Malaspina que están repartidas en varios museos como el de América o el de Ciencias Naturales. 


Y ya en el siglo XIX,  y sin salir de Madrid, hay que ir a ver una de las cartas de Charles Darwin que conservamos en el Museo de Antropología.



Para finalizar, un pajareo. Una salida campera  a ver pinzones que son fáciles de escuchar y ver casi en cualquier rincón durante la mayor parte del año.


Compartir la vida
Pinzón vulgar -  Fringilla coelebs

Alegre como un pinzón dicen los italianos y fueron alegres pinzones quienes hicieron a Darwin alumbrar sus ideas. El bueno de Charles contempló en las islas Galápagos aquellas 17 especies tan contentas, tan bien adaptadas que podían haber sido vistas por un representante de Dios en la Tierra, un jesuita viajero o un padre peregrino que maravillados hubieran admirado la concluida tarea del Señor y hubieran seguido su camino pero Darwin nos dio el principio de todo. Ese que nos ha hecho ver desde la perspectiva adecuada a esta avecilla que comparte hermanada, cantando dichosa, la vida.



La salvaje belleza alada - Maribel Orgaz
Cien momentos en la Naturaleza - Edita, ANAPRI-Leerenmadrid







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