viernes, 24 de julio de 2020

La belleza del tulipán Rembrandt - Museo Thyssen Bornemisza y Real Jardín Botánico, Madrid (España)


En 1634, Rembrandt retrató a su esposa, Saskia como la diosa flora. En su tocado, un tulipán algo lacio cae sobre su oreja. Según parece, no hay otra obra del autor en la que haya dibujado esta flor. Es curioso porque eran los años en los que, los holandeses protestantes se habían encaprichado de ellos y en especial, del llameado del semper augustus. Llegaron a pagar el precio de una casa por sus bulbos y esto también fue así, en parte, porque nadie sabía cómo lograr tulipanes rotos. 

Estos días, en el Museo Thyssen Bornemisza  aquellos holandeses que hicieron de los bulbos de flores, un comercio riquísimo, nos contemplan vestidos de oscuro y entregados a sus vidas burguesas, prósperas y predecibles en una exposición extraordinaria, Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670.
"Junto a treinta y nueve retratos, se presentan destacados ejemplos de otros artistas activos en Ámsterdam durante el «siglo de oro» holandés, sumando un total de 80 pinturas, 16 grabados y una plancha de grabado, algunos nunca antes vistos en Europa".
Entre los retratos de médicos, parejas, artesanos o grandes de la ciudad de Thomas de Keyser, Frans Hals o Bartholomeus van der Hels; el visitante percibe la fatuidad bajo ropas y banderolas y tiene presente la pasión de codicia que latía bajo las maneras más humildes. 

En este sentido, los pintores contemporáneos de Rembrandt se revelan quizá de manera inconsciente como perfectos fotógrafos de su tiempo: en las rígidas gorgueras y los austeros paños negros, se adivina el disfraz del eterno gusto por el lujo de los ricos, aunque en la Holanda de aquella época fuesen comerciantes puritanos a los que les estaba vedada, para diferenciarse de los católicos, la ostentación.


En 1637, la especulación con los bulbos de tulipán llegó a su fin. Las grandes ganancias comerciales había que lograrlas en otro lugar y el capital se movió, como sigue haciendo cuando un nicho se agota, a otros productos más rentables. Los precios se desplomaron y aún se discute si la burbuja especulativa fue tal o sólo un capricho momentáneo de los más pudientes que hacen de la posesión de piedras preciosas, telas suntuosas o animales exóticos rasgos de diferenciación.

En esta discusión que atañe sólo a los economistas, dos aspectos nos siguen cautivando. Por un lado, Rembrandt emerge, una vez más, como el gran pintor que era. Vendió sus cuadros a los mismos clientes que sus contemporáneos pero como puede verse aquí y por eso le apreciamos tanto, era indiferente a su ostentación, pretensiones y orgullo. 

Sus hombres y mujeres retratados eran bajo su pincel, extraordinarios vistieran como vistieran, posaran como posaran. Sus amas de casa, sus médicos y sus artesanos no necesitaban fingir modestia, no necesitaban aparentar ser importantes. Todos ellos fueron valorados como merece cualquier persona, como un misterio sagrado, como un milagro de vida. 

El tulipán del retrato de su esposa era apenas un adorno marchitándose porque la llamada tulipmanía no mereció su atención. 

La visita a esta exposición no está completa sin otra, ya en abril, al Real Jardín Botánico, en donde podrán verse cientos de tulipanes, plenos de belleza y en especial, la del llamado tulipán Rembrandt con sus destellos y llamas, con esas plumas de color que hacen de cada ejemplar, algo único. 

La segunda fascinación es que paseando entre ellos, airosos o inclinados hacia su Creador, se entiende por un instante, el ansia de posesión que una vez arrebató a todo un pueblo.


Rembrandt y el retrato en Amsterdam 1590-1670
Hasta el 30 de agosto
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid (España)

Real Jardín Botánico 
Madrid, España




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