lunes, 10 de agosto de 2020

Cazar la sombra del sol al vuelo - Un lugar sobrecogedor para una ermita - San Bartolomé de Ucero en Soria, los templarios y las matemáticas medievales


Eran los Señores del Mundo. Aún estaba lejos el día en que vencidos por el tormento, renegarían de Dios y su orden fuera disuelta por el Papa. Durante casi doscientos años, desde el siglo XII hasta el XIV, guerrearon y administraron tierras, construyeron templos y en palabras de un abad "vivieron con orgullo".

En un cañón del río Lobos, al pie de un acantilado de roca reposa ajeno al transcurrir del tiempo, uno de esos lugares de culto que estos monjes guerreros ordenaron construir a finales del 1200. En estos días, en los que el trinar del petirrojo anuncia el otoño, comienza el momento más espléndido para este lugar solitario en el corazón de Soria.

La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo del Rey Salomón, conocidos como caballeros templarios nació para escoltar a los peregrinos cristianos desde el puerto de Haifa hasta Jerusalén. Antes de la ruina de la ciudad, en 1186, el trayecto era seguro para los peregrinos pero con los turcos en el poder, se llenó de bandidos y asaltadores.

En Europa, excepto los españoles empleando a toda su nobleza en recuperar palmo a palmo el territorio a los musulmanes; los hijos segundones de la aristocracia causaban problemas; eran analfabetos dedicados a cazar sin oportunidad de combatir, a pesar de que sólo se educaban en el manejo de las armas. Se malherían en torneos, se enemistaban entre ellos y no tenían futuro a la altura de su nacimiento. La Iglesia les dio un objetivo y una tarea: "Si me das tu vida, yo te salvaré".

Junto al sendero del bosque que conduce a la ermita, llano y de fácil acceso, se represa el río Lobos, en lo que en su día debieron ser enormes charcas. Los nenúfares han comenzado a florecer en ellas y asombra, una vez más, mientras se camina hacia la ermita, el cuidado que el cristianismo - y otras religiones- han tenido durante siglos en levantar en lo más bello de un paraje natural, un momento para el rezo. 

Los caballeros templarios pronto se dieron cuenta de que guerrear en Jerusalén era muy caro y necesitaban recursos. Dada su honestidad, se les cedieron encomiendas para que las administraran. En Europa, se afirma, llegaron a poseer más de 9.000. En España, la historiadora María Lara Martínez ha elaborado una guía de enclaves templarios (editorial Edaf) que vista en conjunto impresiona por su extensión.

San Bartolomé señala un lugar tan apartado y agreste que es fácil imaginar la inquietud que causaría este paraje en otros tiempos: una enorme cueva, un río con grandes pozas, un inmenso cortado de piedra que al sol le cuesta remontar y decenas de buitreras en las que los gritos de las aves resuenan sobre el paisaje.


Los expertos en arte románico, época a la que pertenece la ermita, se lamentan de las supercherías que han dado pie a especulaciones fantasiosas e incluso a trabajos aparentemente rigurosos sobre ritos paganos, deidades y caballeros que se iniciaban a la orilla de estos barrancos, en cultos secretos. Detestan que la fuerza de la fascinación que ejerce no sea por su construcción, tan sencilla como perfecta.

San Bartolomé, afirman, es fruto del uso de las matemáticas para dimensionar la belleza:
"Que no dependen de otras intenciones subjetivas, sino de leyes objetivas que se apoyan en la geometría platónica transmitida durante generaciones a las organizaciones de constructores medievales, en una práctica que se remonta muchos siglos atrás o quizá milenios. Tal vez sea algo que ininterrumpidamente viene sucediendo desde las Pirámides, Stonehenge o New Grange, quien sabe si incluso desde mucho tiempo antes".
En 1244, fecha en la que se estima empezaron las obras de San Bartolomé, los templarios casi desaparecieron en una batalla espantosa cerca de Gaza. De 348 hombres, sólo salvaron la vida 36 pero en Soria y otros lugares, los caballeros que se ocupaban de administrar los bienes continuaron su tarea.

En primer lugar, los constructores determinaron el sitio que ocupaba esta tierra en el cosmos y orientaron el templo a quien había de consagrarse, en su origen a San Juan Bautista. En el suelo, aunque oculto por la última restauración, la meridiana solar mostraba paso a paso la luz del sol y en dos ocasiones al año, en los solsticios de invierno y verano, al mediodía, la luz incide en la llamada Losa de la salud, una flor en piedra "a la que el saber popular atribuye propiedades curativas desde antaño".

Los madrileños, que tienen predilección por este lugar y son sus principales visitantes no olvidan como todos los demás, pisar unos momentos esta baldosa.

Para quienes, tras la visita, pretendan abandonarse a la ensoñación que provoca San Bartolomé que fue creado con tanto cuidado y esfuerzo para sostener los lúgubres cantos de guerra en las fortalezas de Tierra Santa, los nuevos pollitos de colirrojo tizón llamarán su atención, dicharacheros, piando curiosos y atrevidos como todos los seres recién traídos a la vida.


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