El agua, en aquellos siglos, era acarreada de las fuentes y almacenada en las casas en tinajas o barriles. Pero muy pronto se enrarecía el sabor y aprovecharon barros olorosos para elaborar enormes vasijas fragantes y se idearon técnicas como el barniz de sayula que además de aromatizar, daban a estos cacharros un hermoso brillo aperlado.
Los búcaros, que eran piezas de prestigio entre las grandes damas de España e Hispanoamérica, se usaron para beber, servir, enfriar o perfumar el agua, para ambientar y refrescar las estancias, o para ingerir su arcilla.
Y si en el siglo XVI circularon de España hacia América, en los siguientes siglos "las producciones americanas de barros de olor" se pusieron de moda y las cerámicas panameñas, chilenas, mexicanas, portuguesas, extremeñas, se encontraban en las grandes casas señoriales españolas e hispanoamericanas.
En ocasiones, los aromas se diluían en aquellos largos viajes en barco y en Madrid, las monjas de las Bernardas, las "readobaban", quitándoles el olor a mar, devolviéndoles el natural o perfumándolos de nuevo, explica una de las cartelas de esta exposición singular en el Museo de América.
La bucarofagia, la moda de comer pedazos de búcaros era en general, la de comer arcilla para remediar enfermedades, mejorar los embarazos, empalidecer la piel o incluso como anticonceptivos. Además de las jarritas, se elaboraban pastillas de tierra comestible.
Las piezas de esta muestra fascinante, "Búcaros. Valor del agua y exaltación de los sentidos en los siglos XVII y XVIII" son una pequeña parte de la colección donada por María Josefa de la Cerda: "parte del conjunto había sido formado por Catalina Vélez Ladrón de Guevara que había llegado a juntar más de tres mil búcaros".
"La moda francesa arrinconó el gusto por los búcaros de las élites", la reina Isabel de Farnesio prefirió las porcelanas a los búcaros. Los aromas fuertes de origen animal se cambiaron por aguas de colonia.
Pero sabemos que en 1840, "en Madrid no había desaparecido aún la usanza de perfumes emanados de los búcaros llenos de agua así como la de gustar el agua fresquísima y olorosa conservada en ellos". Francisca Perujo sobre las cartas de Lorenzo Magalotti.
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