martes, 7 de julio de 2020

Un paisaje transmite espiritualmente igual que un rostro - Santiago Ydáñez, pintor


"Mi infancia fue bastante agreste", cuenta el pintor Santiago Ydáñez que nació en un pueblo de apenas dos mil habitantes de Jaén en la Sierra de Segura, llamado Puente de Génave. La belleza desgarradora de la obra de Ydáñez, incluye por igual rostros, animales y paisajes: "Desde que leí Frankenstein de Mary Shelley también pinto montañas nevadas".

Sus primeros dibujos fueron pájaros migratorios, aunque sin más afán que garabatearlos. Creció en una región en la que la caza y la taxidermia formaban parte de su vida cotidiana, al igual que la iglesia y su imaginería religiosa. Coleccionaba minerales y fósiles y quizá hubiera podido ser geólogo o paleontólogo pero un profesor elogió sus dibujos y eso le hizo elegir Bellas Artes.

Sus perros ladrando, decía un crítico, se salen del cuadro y ese enorme lienzo de un mosquito inofensivo se transforma en un animal peligroso: "el formato grande atrapa el campo visual. Es cierto que una obra pequeña puede ser monumental, pero a mí me cuesta lo pequeño".

Ydáñez ha contado que en casa siempre había pájaros porque su madre criaba canarios hasta el punto de tener una habitación para ellos.

No humaniza a los animales, elogian los expertos, y están retratados con dignidad. Sus registros como artista varían desde lo brutal y estridente a lo barroco y lo lírico, lo sereno y lo sensual.

"Cada pieza tiene un fondo de verdad y pasión", ha respondido él. "De lo que se trata es de ir hacia la luz con el trabajo". 

Hace un par de años, el Museo Lázaro Galdiano encargó a Ydáñez una intervención en su colección. De entre todos los paisajes y piezas que el pintor releyó para el público, destacó la realizada en la llamada urna de un ruiseñor. Una obra en mármol de época romana, cuya tapa  pertenece al Museo del Prado, y que exhibe un poema en latín que da cuenta de una mujer apenada por la muerte de su pajarillo. Dos investigadores han analizado la autenticidad del uso, los sucesivos dueños y hasta la transcripción del poema en una extenso artículo.

Las cenizas del ruiseñor , que así se tituló la exposición, renacen en un canario casi blanco; añade figuras de animales y paisajes a cuberterías, estuches y otros objetos propiedad del Museo y sirvió una vez más para recordarnos que es posible trazar un puente natural entre la cultura, el arte y los animales. 



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