"A ella era la que quería, siempre y primero". Miguel Ángel Asturias.
Las flores más apreciadas en todo el mundo son las rosas, la más dibujada por los pintores del Museo del Prado y las reinas de toda la poesía española desde Garcilaso de la Vega hasta Quevedo. Las rosas atraviesan siempre frescas "la alegre espiritualidad del Renacimiento y el ánimo sombrío del Barroco", afirma el filólogo Javier de la Peña Álvarez. En algún momento, la estimación de los poetas es tan grande que desde el siglo XVII les dedican en exclusiva poemas enteros.
El color que Santiago Ramón y Cajal quería dibujar, allá por 1864, era el de "una hermosa rosa llamada en Huesca de Alejandría, flor tan notable por su color como por su fragancia", cuenta en su autobiografía y decidido a captar sus tonalidades, fue a cortarla de un jardín con otros compañeros. Saltaron la tapia, se hizo con ellas y salieron corriendo perseguidos por los dueños de la casa.
El género Rosa, explican los botánicos, pertenece a la familia Rosae y está estrechamente relacionado con las manzanas, las peras, el membrillo y la ciruela, la cereza, las moras y las fresas. La dulzura gusta de la dulzura, según parece, en este lugar del reino vegetal.
En 1951, la editorial Seix Barral pidió al ecólogo Ramón Margalef un texto a modo de felicitación navideña, Historia de la Rosa: "en casi todas las lenguas cultas existe el nombre de la rosa. Hasta cierto punto, las rosas son obra humana y esta es quizá una de las razones de su afinidad con nosotros", detallaba.
La infancia que Santiago Ramón y Cajal dedicó a los lápices y los colores a pesar de los castigos paternos, floreció en su talento para dibujar Anatomía en las clases universitarias y sus "observaciones microscópicas", detalla la cartela de la exposición que en el Museo de Ciencias Naturales tiene lugar estos días; según el histólogo Washington Baño "sus dibujos son de una precisión, elegancia y veracidad no superadas".
Margalef escribe con humor acerca de algún herborizador que enloquecía intentando poner orden en la variedad y riqueza de las rosas, un vegetal desconcertante que parece empeñado en enseñarle al hombre "lo artificioso de sus archivos de plantas secas, de sus patrones". El esplendoroso caos de esta planta prolifera desde Alaska a Siberia y los hombres se esmeran en la eufonía y buen gusto al nombrarlas: Rosa myriacantha, Rosa sempervivens, Rosa arvensis. China y su Rosa índica, Oriente y su Rosa Damascena.
Los hermosos dibujos de Santiago Ramón y Cajal viajaron en una exposición durante tres años por diferentes museos de Estados Unidos y Canadá: "el padre de la neurociencia moderna dibujó el cerebro de una manera que proporcionó una claridad superior a la lograda por las fotografías, combinando habilidades científicas y artísticas para producir dibujos extraordinarios".
Las rosas silvestres se dispersaron por las tierras templadas y también las frías del hemisferio boreal desde tiempos primitivos y quién sabe por qué azar, el hombre se encariñó con ellas. "Las cultiva, las moldea a su manera y la flor, por su parte, va influyendo en él: una vez erigida en ideal de belleza, los cánones estéticos parecen ordenarse nuevamente en derredor suyo", continúa Margalef.
La flor que le costó tanto disgusto a Santiago Ramón y Cajal era antigua. En 1867, Jean-Baptiste André Guillot rosalista, hijo del también rosalista Jean-Baptiste Guillot, crea La France, una rosa que dedica a su país, la primera rosa moderna de jardín. Más de 10.000 rosas diferentes crecen desde entonces a partir de este logro, los híbridos de té.
"...y así, entrelazados sus destino, el hombre y la rosa, la más humana de las flores, seguirán juntos mientras ambos permanezcan sobre la Tierra", concluye el ecólogo.
Museo de Ciencias Naturales (Madrid) - Exposición - Santiago Ramón y Cajal - Prorrogada
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