viernes, 21 de agosto de 2020

Señores de la guerra y la poesía - De cómo las flores nos hicieron amar de nuevo al mundo - Alfonso XI y Leonor de Guzmán - Petrarca y el árbol del laurel


El mismo Papa le escribió para que la dejara. "Santo Padre, si quieres que muera y no viva lo haré, puesto que no puedo vivir sin ella. De modo que Santo Padre no le molesto más, no querría que mi vida fuera tan breve", le contestó aquel rey de reyes.

Doña Leonor de Guzmán estaba alojada en la casa sevillana de su hermana y allí conoció al rey Alfonso XI. Ella, viuda de 17 años y él, un joven de 16 se enamoraron en ese encuentro. En un tiempo de matrimonios de conveniencia, Alfonso había repudiado a una primera esposa y se disponía a casarse por segunda vez con la hija del Rey de Portugal para establecer acuerdos ventajosos para su linaje.

"Así que el santo Padre no le acosó: no quería que fuera una vida corta", zanjan las crónicas papales sobre el enojoso asunto de un soberano endemoniadamente enamorado.

La historia de amor de Leonor de Guzmán y Alfonso XI ha inspirado incluso una ópera, La Favorita de Gaetano Donizzetti y es frecuente escuchar en las intervenciones de historiadores sobre el Siglo XIV reflexiones como ésta: "no hubo otra mujer que le llegara al corazón".

Alfonso XI batalló, ordenó eliminar a sus rivales y aplastó con violencia a quien cuestionara su poder: fue un señor de la guerra porque eso hubo de ser en el tiempo que le tocó vivir. Luchó contra los bereberes que intentaban ganar nuevas tierras en España, empujándolos hasta tomar Algeciras (Cádiz) en donde se yergue un monumento conmemorativo; privilegió las ciudades para controlar los abusos de la nobleza que no se atenía a ninguna ley si les era desfavorable, amplió sus dominios y enriqueció aún más a Doña Leonor, reina de hecho que le dio diez hijos.

Su corte itinerante se trasladaba a donde el rey tuviera campañas e insisten, aquella gran dama siempre le acompañó. Para ella construyó espléndidos baños en Córdoba y en el palacio de Tordesillas e incluso, fue poeta. Sólo se conoce una cantiga, aunque los especialistas le atribuyen una segunda composición.

En el único poema atribuido con certeza, ella era la flor de las flores. Esto era algo nuevo en la lírica castellana de su tiempo. Hasta entonces, sólo la Virgen María era digna de ser comparada con las rosas, los lirios, las azucenas.

Las damas de las otras cantigas eran altivas y desdeñosas en ésta, la dueña de su corazón le corresponde y ama. El segundo poema, en el que Leonoreta es la bella flor sobre toda flor, está dedicado a cantar sus amores. 

En este desplazamiento, de la Virgen María, del ideal de belleza divina a la carnal y terrenal; de las flores a María a las flores a la amada alborea un nuevo tiempo, el de un hombre vuelto al mundo que le rodeaba.

Como una planta arrancada por el viento o desarraigada por un hierro, como una hiedra que se abraza a un muro; cantaba Petrarca era su amor por Laura.  Este nuevo hombre que el italiano representaba compuso un Cancionero dedicado a celebrar la vida como una alegre manifestación de belleza. Y toda ella se encontraba aquí, en los pájaros y las plantas, en la naturaleza.

Desde Italia y el Renacimiento, Petrarca tomó el árbol del laurel, emblema medieval de los vencedores en la guerra para simbolizar ahora su genio y su alma, su dama y su fuego.




Cantiga de Alfonso XI

En un tiempo cogí flores
del muy noble paraíso
cuitado de sus amores
y del su fermoso riso.

(...)

¡Ay señora, noble rosa,
merced os vengo a pedir,
fiaros de mi dolor
y no me dejéis morir!

Yo soy la flor de las flores,
del que tu coger solías,
cuitado de mis amores
bien sé lo que tu querías.

Dios lo puso de tal modo
que te lo puedo cumplir:
antes quisiera mi muerte
que el verte a ti morir.

Texto completo, aquí.


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