miércoles, 16 de febrero de 2022

Sobre lo oscuro brilla el almendro - San Lorenzo de El Escorial y Quinta de los Molinos - Cercanías hasta Colmenar Viejo

 


Y todo esto, ¡oh cielos generosos!,
todo esto se contempla gratis, tan sólo
con pasar por la carretera; y lo disfrutan ricos y pobres, 
y basta tener ojos y deseos para mirar y gozarlo.
La isla de la calma, Santiago Rusiñol.

En Madrid han comenzado a florecer los almendros que parecen ignorar que aún es largo el invierno y hay dos lugares especiales a los que acudir a contemplarlos: la Quinta de los Molinos al final de la calle Alcalá y La Herrería en San Lorenzo de El Escorial. 

Una tercera opción, menos conocida, es tomar el Cercanías hasta Colmenar Viejo y desde el tren disfrutar el recorrido viendo cómo se alzan alegres entre los linderos de las fincas, en los taludes y zanjas, en los campos labrados y en los huertos asilvestrados. Entre las vacas, arrimados al Monte del Pardo, junto a un colmenar y un arroyuelo. 

En nuestro destino, Colmenar Viejo, si nos acompañan niños pueden jugar en el parque infantil de la estación  y si queremos visitar uno de los árboles más hermosos de todo nuestro recorrido subiremos por la calle Doctora Nogales, a la derecha, en un paseo de apenas cinco minutos. Para los aventureros que dispongan de tiempo aún queda otro lugar a las fueras del pueblo: tomando el autobús en la misma estación nos apeamos en la Cañada de la Retuerta. También hay parques infantiles y una dehesa desde la que contemplar la sierra nevada. 

"Sin poseer un solo almendro puedes contemplar", escribía emocionado el pintor Santiago Rusiñol en su visita a Palma de Mallorca en 1893, "montes y valles enteros que florecen para ti, que te llenan el corazón de alegría (...) que te hacen amable la existencia, que derraman en tu alma el mayor florecimiento de hermosura". 

La floración de tantos matices, del nácar al rosado, es temprana este año y aún más espléndida porque los campos continúan invernales, oscuros, y los árboles se alzan en ellos como promesas blancas.

En barrancos y caminos solitarios, bajo grandes nubes que parecen querer protegerlos de las heladas, los nobles almendros bien pueden servir, como escribía Rusiñol, "para contar la vida por meses florecidos".



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