lunes, 20 de junio de 2022

Capaces de romper el viento - Naranjo de Luisiana, Parque de Andalucía. Alcobendas (Madrid)


Los árboles tienen sus patrias:
los sauces se crían en las corrientes,
los álamos en las charcas,
los olmos en los montes rocosos.
    Miguel Ángel Asturias.

Mamuts y perezosos grandes como elefantes comían, en el continente americano, el fruto de este árbol del que apenas hay una decena de ejemplares en toda España. Tres de ellos plantados en jardines públicos de Alcobendas (Madrid), uno en el Parque de Andalucía

Cada otoño, tras la florecida de junio, este arbolito continúa dejando caer todos sus frutos confiado en que lanudos mamut y armadillos colosales vendrán a comerlos con deleite y los llevarán en su estómago hasta que después, en algún otro lugar, dejarán sus semillas para que broten otros como él.

Pero lo que ocurrió fue que once mil años atrás, llegaron hombres armados con lanzas de punta de clovis que cazaron hasta hacer desaparecer de toda América a aquellas criaturas y ningún otro ave o mamífero quiso desde entonces comer su fruto seco y duro, "parece que los piquirrojos piquotean sus semillas". 

Y en lugar de bestias fabulosas, fueron los hombres quienes asumieron la tarea de multiplicarlos al encapricharse de esta rareza, de este fantasma, de un árbol que sobrevive en un tiempo que ya no es de él. 

Primero fueron los indios osage, "gente de las aguas medias, la raza de hombres más alta de América que usaban su madera dorada y flexible, inmune a la podredumbre y a las termitas, para fabricar arcos, cada uno de los cuales valía un caballo y una manta. Por eso este arbolito, que parece insignificante en este parque, es llamado también, Naranjo de osage.
 
Después, fueron los colonos de América para cercar sus vacas tejiendo setos que toleraban la sequía extrema y eran capaces de romper el viento en las grandes praderas y quizá si sus caballos no tenían otro alimento, malcomían esta manzana áspera y por eso también se le conoce como Manzano de caballo.  

Ahora, lo plantan los jardineros porque resiste el calor, la contaminación del aire urbano y la sal de las carreteras.

Sin embargo este árbol, capaz de soportar la enfermedad del aire muere a temperatura invernal. Privado del calor, sin la luz del sol y a menos de un grado centígrado, este Maclura pomifera sucumbe a terribles nostalgias, al recuerdo de tantas guerras amargas, a su cósmica soledad.





Ordenadas por su nombre común
Maribel Orgaz 
Ed. Cuadernos del Laberinto 




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