viernes, 8 de julio de 2022

Ni bambú ni melocotón - El encanto infinito de la adelfa - Neirum Oleander

 


"Sabes, y debes saber; 
el rojo de la flor se hunde en el inmenso verdor".
Li Qingzhao,
 poetisa de la dinastía Song (S. XII)


Resiste a pleno sol en la mediana de nuestras carreteras y a la niebla salina en los jardines costeros ingleses y también soporta indiferente su mala fama: tan tóxica que mató un burro que comió sus hojas, cuenta el escritor romano Plinio, y la Historia que envenenó a varios soldados de Alejandro Magno y también napoleónicos que asaron en sus campamentos carne ensartada en sus ramas.

Adelfa, falso laurel, rosa laurel, melocotón de jaizi, según los chinos, fue llevada a Texas en un barco jamaicano en el siglo XIX y muy pronto las antiguas damas de Galveston hicieron de ella un emblema de la ciudad. Sus flores en tonos rosados o fucsia, de color blanco, rojo o salmón ocuparon calles y parterres, explanadas y grandes fincas.

Americanos que amaron con pasión, al igual que los pompeyanos, una planta que mantiene florecida su alegría tantos meses. En la arrasada Pompeya la cultivaron en sus jardines y para poder contemplarla en el invierno, decoraron las paredes de sus casas con ella. Galveston, tras los huracanes, volvió a plantarlas y los vecinos aliviados la hicieron brotar de nuevo formando la Sociedad Internacional de la Adelfa.

Hasta la Dinastía Song, explican desde China, no era muy apreciada pero entonces los escritores e intelectuales comenzaron a admirar esta planta cuyas hojas les recordaban, pero no eran, al bambú; una bella cuya flores ruborizadas no eran, pero evocaban, el dulce olor del melocotón. Un encanto infinito, una maravilla del jardín.



Ordenadas por su nombre común
Maribel Orgaz 
Ed. Cuadernos del Laberinto 

 


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