Resiste a pleno sol en la mediana de nuestras carreteras y a la niebla salina en los jardines costeros ingleses y también soporta indiferente su mala fama: tan tóxica que mató un burro que comió sus hojas, cuenta el escritor romano Plinio, y la Historia que envenenó a varios soldados de Alejandro Magno y también napoleónicos que asaron en sus campamentos carne ensartada en sus ramas.
Adelfa, falso laurel, rosa laurel, melocotón de jaizi, según los chinos, fue llevada a Texas en un barco jamaicano en el siglo XIX y muy pronto las antiguas damas de Galveston hicieron de ella un emblema de la ciudad. Sus flores en tonos rosados o fucsia, de color blanco, rojo o salmón ocuparon calles y parterres, explanadas y grandes fincas.
Americanos que amaron con pasión, al igual que los pompeyanos, una planta que mantiene florecida su alegría tantos meses. En la arrasada Pompeya la cultivaron en sus jardines y para poder contemplarla en el invierno, decoraron las paredes de sus casas con ella. Galveston, tras los huracanes, volvió a plantarlas y los vecinos aliviados la hicieron brotar de nuevo formando la Sociedad Internacional de la Adelfa.
Hasta la Dinastía Song, explican desde China, no era muy apreciada pero entonces los escritores e intelectuales comenzaron a admirar esta planta cuyas hojas les recordaban, pero no eran, al bambú; una bella cuya flores ruborizadas no eran, pero evocaban, el dulce olor del melocotón. Un encanto infinito, una maravilla del jardín.
Capaces de romper el viento - Naranjo de Luisiana, Parque de Andalucía. Alcobendas (Madrid)
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