La nostalgia, la tristeza y la ira en la que nos sumen los encierros en esos mundos prosaicos que nos hemos dado, se atenúan contemplando ficus, cintas, aspidistras, rosas, gerberas, dalias.
La Iglesia conoce bien este mal de las prisiones desde que comenzó a enclaustrar monjes y combate encarnizadamente la acedia, la imposibilidad de vivir mucho tiempo sin ninguna alegría.
Junto a la pantalla y la impresora, unas pequeñas criaturas llenas de júbilo y sosiego dieron a unos empleados la capacidad de abandonar por unos instantes, lo tosco y opaco.
Rosas que invitaron a imaginar una vida humanizada, la que aún está por llegar, más ardiente y más hermosa.
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